El Viajero IlustradoLos relatos de Saint Exupéry, las fotos del primer vuelo de Orville Wright en 1903, las pinturas de los futuristas italianos y el cine atestiguan la fascinación de volar.
En una de las más recientes obras maestras del cine de animación, “Se levanta el viento”(2013) del cineasta japonés Hayao Miyazaki, el personaje central es el hombre que creó el avión de caza Mitsubishi A6M –el famoso “Zero”– utilizado por Japón en el ataque a Pearl Harbor en 1941. “Sólo quise crear algo hermoso”, dice Jiro Horikoshi, el diseñador del “Zero”, un pacifista atraído desde niño por la belleza del vuelo de las aves. En sueños, Horikoshi se encuentra con un famoso colega italiano, Giovanni Caproni –el creador de los primeros aviones de transporte civil en la década de 1920– quien le dice: “los aviones no son para la guerra ni para hacer dinero, los aviones son sueños hermosos que esperan ser devorados por el cielo”. Así es, los aviones no son solamente un fetiche tecnológico, piensa El Viajero Ilustrado. Y volar en avión es una experiencia profundamente visual.
Es eso lo que transmite el piloto y escritor francés Antoine de Saint Exupéry en su célebre relato “Vuelo nocturno” (1931). Y eso también se nota en la foto que John Daniels hizo en 1903 del primer vuelo de Orville Wright con su avión “Flyer”, mientras su hermano Wilbur, en tierra, lo mira. Toda la potencia del vuelo está resumida en esa foto: allí vemos siglos de imaginación –el eterno sueño de volar– que se hace realidad en un paisaje casi desierto, en Kitty Hawk, Carolina del Norte. Desde entonces, el arte presentó la experiencia del vuelo como un símbolo de la modernidad.
Ya en 1912 el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti –inspirador de la vanguardia artística del Futurismo– publicó una novela, “El avión del Papa”, donde imaginaba a un aviador que volaba sobre el Vaticano. Hacia 1920 se difundió en Italia la experiencia de la “aeropintura” con artistas como Tullio Crali y Gerardo Dottori. El futurista Guglielmo Sansoni pintó en 1930 un óleo premiado en la Bienal de Venecia, “Sobrevolando en espiral el Coliseo”, donde se veía un avión biplano sobre la Roma clásica.
Hoy la aviación comercial es un hecho cotidiano. Según la asociación internacional de transporte aéreo, IATA, las 257 aerolíneas afiliadas tienen el 85% del tráfico mundial. En 2013 casi 3.100 millones de pasajeros volaron en algunos de los 25.000 aviones de 1.397 aerolíneas que sirven a 3.864 aeropuertos del mundo. Para muchos de estos pasajeros, los aviones son sólo un medio de transporte, un medio para llegar a un fin. Sin embargo, para el piloto y escritor estadounidense Patrick Smith –autor del best séller “Cockpit confidential” (2013)– el interior de un Boeing 747 puede compararse con una catedral gótica: es una creación que identifica toda una época.
Cuando ve la escena final de la película “Casablanca” (1942) donde Ingrid Bergman se despide para siempre de Humphrey Bogart en el aeropuerto, porque ella viajará a Lisboa con su esposo, El Viajero se emociona como tantos otros espectadores. Ve la niebla y la silueta del avión –un bimotor Lockheed Electra 12A– que pronto levantará vuelo. Es una escena tan icónica en la historia del cine que, ahora, se revive en Disneylandia en el show “The Great Movie Ride”, un paseo por los éxitos de Hollywood.
Un vuelo bien puede cambiarnos la vida. Lo vio el escritor Arthur Hailey en su libro “Aeropuerto” (1970), origen de varias películas del “cine catástrofe”. Para exorcizar esos miedos se filmaron comedias, al estilo de “¿Y dónde está el piloto?” (1980) con el inefable Leslie Nielsen. Pero tal vez la experiencia del vuelo se capta mejor en los detalles: Jack Nicholson con su boleto de Air Afrique en la mano, en el filme “El Pasajero” (1975), de Antonioni. O la visión del timón de cola de un bombardero B-52 en la orilla del río que Martin Sheen remonta con su barco en “Apocalypse Now” (1979), el gran filme de Coppola.
Fuente: El Clarín