Cuando viajamos en avión, sobre todo en vuelos de larga duración, tendemos a recordar el “problema” de los asientos entre filas. ¿Cómo demonios puede ser que los ingenieros construyan habitáculos tan pequeños e incómodos? El problema no está en los ingenieros, la culpa es de las compañías y nuestra.
Es muy fácil adivinar hasta qué punto es la propia aerolínea la que decide cambiar la disposición de las filas. Hace unos meses explicábamos que cuando sale de fábrica, el avión está diseñado para que todos los asientos estén perfectamente alienados con las ventanillas.
¿El problema? Que la regulación oficial permite “jugar” con unas medidas y, con distancias entre asientos tan cortas, unos centímetros de más pueden resultar un alivio o un infierno. Las aerolíneas ganan más dinero con filas extras, aunque esto signifique algo más de incomodidad para el pasajero. Si ves asientos en un avión que no están perfectamente alineados con las ventanillas (la mayoría), sospecha, alguien los ha modificado.
Medidas oficiales entre asientos y ancho de cada uno
Como hemos dicho, depende de la compañía, pero existe una reglamentación que exige un mínimo. Hace muchos años, la media era de 86,3 centímetros para los vuelos cortos, pero con el tiempo, esa distancia se ha acortado hasta los 78,7 centímetros de media actuales (o los 80 centímetros para vuelos de larga duración). Para que nos hagamos una idea, esos 78,7 centímetros en economy son la gloria si los comparamos con los 71 centímetros de mínimo que ofrece alguna compañía.
Estas medidas fueron utilizadas durante años. ¿El problema? A esos asientos les faltaban algunos centímetros de ancho. Actualmente, la anchura del asiento está entre 43 y 44 centímetros de media en clase “turista”.
Nuestra visión como pasajeros
Es evidente que las aerolíneas intentan ajustarse (y ajustarnos) a las medidas oficiales para maximizar beneficios, pero como explica Tom Tripp, ejecutivo de Boeing y Lufthansa, nuestra percepción revela un problema como pasajeros:
Se trata de un sesgo. Creemos que los asientos están mal diseñados, presumiblemente porque son tan incómodos y difíciles de entrar y salir. Sin embargo, se ajustan a los requisitos estudiados en ingeniería.
Las compañías aéreas y los fabricantes que diseñan y construyen sus aviones e interiores deben cumplir un gran número de requisitos de seguridad para el asiento de pasajeros (y la tripulación). En Estados Unidos, estos requisitos son establecidos por la Administración Federal de Aviación (FAA) e incluyen cosas tales como la resistencia al choque y al impacto, la seguridad contra incendios y la restricción de pasajeros. También hay requisitos que incluyen factores como el tamaño, la flexibilidad del montaje o la facilidad de mantenimiento y coste.
Tripp explica que casi ninguno de esos requisitos coincide con la comodidad e interés del pasajero, y como la mayoría de los vuelos aéreos, se diseñan para tratar de ganar dinero y ser lo más competitivos con el precio. Para Richard Whitehead, ingeniero aeroespacial, se trata de una cuestión de estadística y necesidades de la ingeniería:
En primer lugar, en la zona de “economy” se determina cuántas personas deben caber en un espacio dado. A continuación, están separados por las regulaciones sobre cuántos pasajeros deben ser capaces de “retorcerse” en caso de un accidente.
Finalmente, el asiento real está diseñado para un ser humano promedio. Dado que las curvas de distribución de tamaño para los hombres son diferentes a las de las mujeres, el asiento “medio” siempre estará estadísticamente garantizado para no encajar, al menos, no para todas las personas.
Finalmente, el ingeniero aeroespacial C. Redondo aporta un último dato: el diseño final viene dado por la configuración la columna vertebral humana y las posibles consecuencias ante un accidente de cualquier tipo. Por eso la “cabecera siempre está un poco hacia delante, porque se adapta a la forma de la columna. Un asiento perfectamente plano sería horrible en caso de frenado o movimientos repentinos que podrían producir un lesión cervical grave”
Fuente: Gizmodo