El viejo aeropuerto berlinés de Tempelhof, fuera de servicio desde 2008, desafía al coronavirus como espacio libre para el ciudadano, mientras sus equivalentes en activo languidecen por el casi paralizado tráfico aéreo por el coronavirus.
Patinar, ir en bicicleta, soltar al perro sin correa, levantar una cometa o tomarse una cerveza sobre la hierba: todo es posible en el aeródromo abandonado, en el casco urbano. Un hervidero de actividad en medio del confinamiento “light” en la capital alemana.
El ejercicio al aire libre está permitido, lo mismo que las salidas de a dos, en grupos familiares o entre personas que convivan. Un concepto éste que en Tempelhof se amplifica tanto como lo permiten sus 303 hectáreas de terreno.
La quinta o sexta vida actual a la que alude el gestor del Tempelhofer Feld es más dinámica que nunca. El recinto abre con las primeras luces de la mañana, a las 08.00 locales, y cierra “sobre las 22.00, más o menos”, apunta Glathe.
“Tratamos, en lo posible, de que se respeten las distancias vigentes en estos días”, comenta uno de los policías que patrulla por la vieja pista de aterrizaje. Son dos los vehículos policiales a la vista. Su labor es más presencial que activa, aunque sí recuerdan por megafonía la obligatoriedad de evitar contactos personales.
Las normas vigentes imponen el 1,5 metros de distancia interpersonal o de hasta 5 metros entre un grupo y otro. Algo más bien ilusorio ante el acceso sur del recinto, donde mayor concentración de gente se suele acumular.
La actividad de Tempelhof contrasta con el letargo que se respira en Tegel y Schönefeld, los dos aeropuertos en activo de la capital. La actividad se ha reducido a un 5 % de lo que sería normal en esta temporada vacacional, según una portavoz de Tegel.